domingo, 3 de mayo de 2015

A PARTIR DE CIERTAS LOS DATOS


Las aventuras de Deperente XLVII


Dice un estudio, que el número de pasajeros que transportaba la línea tres del metro de Nueva York ascendió en mil novecientos sesenta y siete a… bastantes miles (en mil novecientos setenta y siete es de bastantes miles más). Y otro estudio muy distinto, pero con igual rigor científico decía que el amor puede encontrarse a cualquier edad y en cualquier circunstancia. Ninguno de estos estudios probablemente lo leyera Justine, pero sí lo hizo Deperente, y eso le iluminó su cerebro de aunque no lo sepa en este momento algún día lo sabré, y pudo engarzar todos los datos que tenía sobre la mesa. En la estación de Harlem la vio, ahora disfrazada de modesta ama de casa que vuelve de las compras, y la vio actuar tal como él se lo había imaginado, con sutileza profesional y dotes de artista. El hombre, como tantos otros hombres antes, cayó embaucado por la mirada cortante y profunda de Justine que apenas rozaba con sus dedos el bolsillo de su chaqueta hasta hacer transportar su cartera de lugar.

Como tantos hombres antes que jamás mediaron palabra con Justine, el deambulante anónimo se perdió en la marea humana con una sonrisa en los labios y con un peso menos en su indumentaria. Justine se bajará en la siguiente parada, en la calle ciento cuarenta y cinco, y recorrerá el largo pasillo de la estación, pensando ya en
la treta que fabricará para el día siguiente, y con la esperanza de que la cartera esté llena. Pero esta vez, dos agentes de policía la pararán en las escaleras que dan paso al aire húmedo y frío de Nueva York. A ambos agentes, Justine los mirará con desprecio.

Justine tenía sesenta y nueve años cuando habló por primera vez con Deperente, y llevaba diez trabajando en el metro, desde pocos días después de quedar viuda y desamparada, y para sobrevivir, se pinchó en su cabeza lo que tantas veces su fiel esposo le había repetido y repetido, “Julien, no sirves para nada, pero tus dedos tienen la habilidad de un mago, y tus ojos son capaces de seducir al más duro protagonista de películas en blanco y negro. Y es que Morgan siempre le decía las palabras justas y menos esperadas para ella.



(Modisto) 

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